23.3.14

Érase una vez

Tiene un lunar que me distrae sin importar lo que esté haciendo; 
ahí, justo en medio de la mejilla, 
por allá donde paso el pulgar cuando trato de memorizar los límites, ángulos y vértices que forman su cara.
Tiene dos brazos de esos que abrazan como si más allá de mí, no hubiera nada; 
como si fuera a huir y no me dejara; 
como si yo pudiera, como si yo quisiera huir, qué gracia. 
Y sus manos; joder, 
cualquiera en su sano juicio querría perderse al pasear entre sus preciosos dedos infinitos, 
que por si lo anterior no fuera suficiente, 
encajan a la perfección al chocarse contra los míos. 
También su cuello, 
que mide lo mismo que tarda mi lengua en perder la saliva al recorrerlo. 
Y si nada de esto consiguiera convenceros, 
entonces -y solo entonces- 
mencionaría eso de cuando medio sonríe; 
que he fundado mi república independiente en las comisuras de las semi-sonrisas que emite 
en esas décimas de segundo que gasto cuando le estoy besando, 
porque entre beso y beso, 
justo entonces mueve los labios. 
Qué más contaros, si siempre es aquello que necesito; 
y lo que más me gusta de él, es que de todo lo que es, aún sigue siendo mi mejor amigo. 
Hasta cuando se enfada, 
que su boca se transforma y sus ojos pierden la capacidad de mirar directamente a los míos, 
aunque le estén esperando a medio camino. 
Así que cualquier día de estos que decide pilotar el avión de mi espalda, 
igual desaparezco porque me he subido al vuelo dirección lugar que él mismo traza; 
mientras me acaricia a mí o a las cinco cuerdas de esa triste guitarra. 
Y eso es todo por hoy, 
que hoy ha terminado lloviendo -y no me refiero al otro lado de la ventana- 
porque ahora que lo tengo después de no haberlo tenido durante tanto tiempo; 
ahora es cuando no me va a quedar más remedio que echarle de menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario