6.3.12

NO HAY PEOR OLVIDO QUE EL RECUERDO.

No puedo. No puedo. No puedo. Insisto. La copa; los hielos.

Esa calle nos envidia, ya lo sabes. Los árboles acarician el aire de forma suave; intentan imitar el recorrido uniforme y siempre indeterminado de tu dedo índice sobre mi costado. Voces que suenan dispersas en una concentración de sonidos que se entremezclan de una forma atractivamente homogénea sirviendo de escenario musical. Tu mano, menos cobarde, pero más directa, concisa y concreta que tú, atrapa la mía siguiendo una serie de coordenadas que no han sido marcadas más que por un rayo de luz. Y ahora suspiros suenan robados; se pierden, se encuentran, regresan ahogados; pero regresan. Se tropiezan las palabras por culpa de las ganas que he dejado desparramadas a lo largo y a lo ancho de mi lengua. No hay brillo que brille orgulloso al sentirse más atractivo que el tuyo. Silencios arremeten contra las aceras como las olas de aquel verano que dio paso a la primavera, haciendo un inciso entre lluvias torrenciales y huracanes situados en la zona izquierda de mi cordillera. Que no hay nada más terrorífico que la oscuridad, dicen. Y la oscuridad insiste en demostrar que lo más terrorífico es tu capacidad de conquistar el mundo. Los libros de historia han decidido incluir esa noche como una de las batallas más placenteras; una tercera guerra mundial iniciada por un leve soplido en una de mis muñecas, una lucha en toda regla que se impone ante el paso del tiempo durante aproximadamente una hora y media. No he encontrado palabras legales que describan paso por paso, del descontrol al descanso, como fuimos desbordados por una epidemia de resultado amargo. Tocar la noche de nuevo y tocarte con mis labios de izquierda a derecha cada una de las yemas de tus dedos. Y ahora tratemos de aparentar ser como el resto de le la humanidad y para ello qué idea más absurda y más tonta que ahorrarse el dinero que hay que pagar por decir la verdad...

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